Por José Carlos Bouso

2012. Apocalipsis, fines del Mundo varios, cambios de conciencia, saltos de niveles energéticos, visitas alienígenas, crisis globalizadas, MDMA. ¿MDMA? Sí, MDMA, 3,4-MetilenDioxiMetAnfetamina. Éxtasis, cristal, pirulas. En 2012, además, es el 100 cumpleaños de la MDMA. Al menos el año en que aparece por primera vez registrada la molécula. La paternidad se le atribuye al Dr. Anton Köllisch (?−1916). La patente, perteneciente a Merck, que antes podía encontrarse en la web de erowid, lamentablemente los chicos de erowid la han retirado de su web y ahora no se puede consultar. En ella, con fecha de 24 de diciembre de 1912, aparece la fórmula química de la MDMA, sin nombre, junto a las fórmulas químicas de otros compuestos. En la patente se presentan estos compuestos como compuestos intermediarios para la creación de posibles fármacos futuros.

La MDMA nunca fue ensayada como fármaco hasta los años 50, cuando el ejército norteamericano estudia su toxicidad en animales. En 1965 parece que Alexander Shulgin la resintetiza, si bien este dato no aparece en sus notas de laboratorio[1], pero no la prueba hasta años después, en algún momento indefinido de los años 70, después de que una amiga suya, llamada Merrie Kleinman, le comenta que, junto con dos amigos, habían tomado cada uno 100 mg de MDMA teniendo una experiencia “bastante emocional” y que los tres habían reaccionado bien a la droga (p. 69 del PIHKAL). Shulgin prueba entonces la sustancia y sorprendido por los efectos psicológicos decide enviarle unas muestras a un psiquiatra llamado Leo Zeff, muy conocido dentro del ámbito de la terapia psiquedélica underground y apodado “the secret chief”[2]. Esto ocurre en el año 1977. Leo Zeff, habiendo decidido jubilarse un tiempo antes, reconsideró su decisión y dedicó el resto de su vida activa a iniciar a otros psiquiatras y psicólogos en el uso terapéutico de la MDMA. Se estima que desde entonces hasta el inicio de la prohibición de la sustancia por parte de la DEA, se administraron unas 500.000 dosis de MDMA solamente en círculos de iniciados en contextos de psicoterapia y de encuentros de grupo de la neofilosofía New Age[3].

En 1986 se publica el único estudio terapéutico con MDMA en el que el psiquiatra George Greer y la enfermera psiquiátrica Requa Tolbert publican los resultados de haber administrado MDMA en contextos terapéuticos a 29 personas[4]. Posteriormente, en 1998, Creer y Tolbert publican resultados de más pacientes, unos 80, tratados entre 1980 y 1985, junto con un método para llevar sesiones y dos casos clínicos, refiriendo que el 90% de las personas a las que se les administró tuvieron experiencias “sólidamente positivas”. De ellas, un 33% había recibido una única dosis, otro 33% dos dosis en diferentes sesiones, y el otro 33% más de dos dosis espaciadas en diferentes sesiones también[5]. También, en 1985, se celebra una reunión de terapeutas expertos en la utilización terapéutica de la MDMA en el famoso Esalen Institute, en la que se concluye que la MDMA “posee una acción única que mejora la comunicación” y que, de entre los distintos pacientes tratados por estos terapeutas, las víctimas de abuso infantil y de ataques experimentaron los beneficios más espectaculares”. También se refirieron beneficios en pacientes con psicosis[6].

Alexander Shulguin y su mujer, Ann

Pero 1986 es también el año en el que la prohibición de la MDMA se hace efectiva. Aún así, gozaría de nuevo de unos pocos meses de libertad, entre el 22 de diciembre de 1987 y el 23 marzo de 1988, debido a un error en el procedimiento de prohibición, para ser luego definitivamente prohibida primero en los EE.UU. y después incluida en la Lista I de los convenios de la JIFE (Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes). Aún así, el gobierno suizo permite a un grupo de psiquiatras, afiliados a la Sociedad Médica Suiza para la Terapia Psicolítica, la utilización de MDMA, LSD, mescalina e ibogaína entre los años 1988 y 1993. Un estudio de seguimiento de los pacientes tratados con MDMA y LSD (a veces se administraban juntas con el objetivo de que la MDMA modulara emocionalmente el efecto psiquedélico de la LSD), publicado en 1995, encontró que de 121 pacientes que participaron en el seguimiento, el 65% refería haber tenido una buena mejoría tras el tratamiento, el 26% una pequeña mejoría, el 4.1% refirió no haber experimentado cambios y el 2,5% refirió un ligero deterioro[7]. La muerte de una paciente a la que se administró ibogaína en un tratamiento de desintoxicación sin el debido cuidado que requiere la administración de ibogaína, resultó en la paralización de los permisos para seguir trabajando con psiquedélicos en Suiza.

Nos encontramos pues en 1993 con una prohibición mundial del uso médico de la MDMA y sin ningún estudio clínico que, utilizando las metodologías necesarias para poder poner a prueba la eficacia y la seguridad de un fármaco, esto es, estudios en los que se asigna aleatoriamente a los pacientes a los distintos grupos de tratamiento y se compara el fármaco a estudiar con un placebo, haya demostrado la eficacia de la MDMA para facilitar los procesos de psicoterapia. Esta prohibición dificulta la continuación de la investigación terapéutica hasta que en 1999, quien esto firma, consigue permisos de la Agencia Española del Medicamento para iniciar el primer estudio clínico controlado con MDMA para el tratamiento del Trastorno de Estrés Postraumático (TEP) en mujeres víctimas de agresiones sexuales con TEP crónico.

Este estudio pionero pretendía evaluar, en dos estudios, primero la seguridad y después la eficacia de la MDMA para el tratamiento del TEP crónico. El estudio estuvo financiado por MAPS (Asociación Multidisciplinar para el Estudio de los Psiquedélicos www.maps.org). La idea era probar, primero en un estudio piloto de búsqueda de dosis, diferentes dosis de MDMA para así determinar la dosis que, comparada con un placebo, se mostrara más eficaz y desplegara los menores efectos secundarios de cara a utilizar esa dosis en un posterior estudio de eficacia. La aparición de la noticia de la realización de este estudio en los medios de comunicación, activó una reacción de pánico en cadena entre la comunidad política que derivó en la interrupción inmediata del estudio cuando solo se habían tratado a las 6 primeras pacientes de las 29 que el protocolo del primer estudio piloto contemplaba. Si bien no se pudieron sacar conclusiones acerca de la eficacia de la MDMA, al menos se pudo constatar que dosis bajas de MDMA no suponían un riesgo para la salud física o mental de las pacientes. Si bien de nuevo, al tratarse de una muestra tan pequeña, nada se podía extrapolar y este estudio, por tanto, no ha pasado más allá del anecdotario que supone haber sido el primer intento legal frustrado de explorar científicamente las potencialidades terapéuticas de la MDMA, así como de haberse administrado las primeras dosis de MDMA legal del mundo a pacientes[8].

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El TEP es un trastorno mental peculiar. A diferencia del resto de trastornos psiquiátricos en los que se considera que algo “anormal” está ocurriendo en el cerebro, en la personalidad o en el estado psicológico de los pacientes, el TEP se caracteriza por constituir una reacción “normal” ante situaciones anormales. El TEP se produce cuando una persona ha experimentado un suceso violento que ha puesto en peligro la integridad física o psicológica de la persona. Situaciones de violencia como haber sufrido una agresión sexual, haber sido víctima de un acto terrorista, haber sufrido una paliza o haber vivido en el interior de un conflicto armado son situaciones típicas que pueden desencadenar el trastorno. A la vez, es más probable que el trastorno aparezca si el evento sufrido ha venido provocado por la acción de otra persona que si se debe a catástrofes naturales, ya que de alguna manera se quiebra la seguridad que ofrece confiar en otras personas. En el caso concreto de las agresiones sexuales, un 60% de las víctimas pueden desarrollar el trastorno. Si bien influyen otros factores a la hora de que el trastorno se desencadene una vez sufrido el evento violento, una vez que aquel aparece tiende a la cronicidad. La ruptura que supone la falta de confianza en los demás hace que muchas personas con TEP no pidan ayuda, lo cual tiene como consecuencia que el trastorno tienda a cronificarse más aún.

Jose Carlos Bouso

Las personas que padecen TEP suelen manifestar una serie de síntomas que incluyen la reexperimentación incontrolada del suceso traumático, la evitación de lugares o personas que les recuerdan el suceso y un estado de hipervigilancia que mantiene a la persona en un estado de estrés permanente. Además suele aparecer depresión, baja autoestima y alteraciones cognitivas como consecuencia del estado permanente de miedo en el que pueden llegar a vivir muchas de las víctimas. Las reexperimentaciones aparecen además cuando las personas bajan un poco la “guardia” y se relajan, y ocurren en lugares en los que por los motivos que sean la persona asocia con el lugar o las personas donde se produjo el evento. Estas reexperimentaciones se producen, además, con la misma carga ansiógena con que aparecieron originalmente, debilitando mucho la integridad psicológica de las víctimas. El TEP no lo sufren solo necesariamente las personas que experimentan el suceso, sino que también pueden aparecer en testigos directos.

Existen diversas maneras de tratar el TEP. En general, la psicoterapia se ha mostrado más efectiva que la farmacoterapia. De hecho, no existe un fármaco específico para tratar el TEP, y lo más habitual es prescribir antidepresivos, algunos de los cuales tienen indicación específica para el trastorno ya que mejoran algunos de los síntomas, si bien suelen ser ineficaces para tratar la reexperimentación. Por eso la psicoterapia suele mostrarse más eficaz. Todos los tratamientos psicoterapéuticos para tratar el TEP, sean de la escuela que sean (psicodinámicos, cognitivo-conductuales, gestálticos, etc.) pasan porque la persona reexperimente el suceso traumático, esta vez de manera controlada, con la ayuda guiada del terapeuta, para que así, poco a poco, el control de las emociones que experimenta vayan estando cada vez más en el “interior” de los pacientes y no en el “exterior”, es decir, el objetivo es que el paciente vaya ganando poco a poco el control sobre sus síntomas, ya que esta falta de control sobre ellos está en la base de la tendencia a la cronicidad. Normalmente esto no se consigue en una sola sesión, sino que se va avanzando poco a poco, de tal manera que el paciente poco a poco va asumiendo el control. Hay que ser especialmente cuidadoso cuando se inducen en los pacientes reexperimentaciones, ya que el mayor riesgo de la psicoterapia con pacientes con TEP es precisamente que los pacientes se retraumaticen al inducirles a revivir el suceso. Además revivir el suceso suele venir acompañado de experiencias angustiosas intensas, por lo que, si bien la psicoterapia suele mostrarse bastante eficaz, a la vez los índices de abandono de la terapia son muy altos, luego no todos los pacientes pueden beneficiarse ya que para muchos el mero proceso terapéutico resulta excesivamente estresante.

La MDMA se caracteriza por inducir a las personas sentimientos de autoconfianza y de cercanía emocional hacia los demás. Produce una apertura emocional que facilita la comunicación entre paciente y terapeuta, estrechando así la alianza terapéutica y facilitando el proceso terapéutico. Neurobiológicamente, la MDMA reduce la actividad de la amígdala, la estructura cerebral encargada de procesar el miedo, e incrementa la actividad de áreas prefrontales, lo cual se traduce en una disminución del miedo y en una sensación de autocontrol sobre las emociones[9]. Durante las 2 ó 3 horas que duran los efectos agudos de la MDMA, la persona se suele encontrar, por primera vez en mucho tiempo, experimentando la sensación de lo que supone de nuevo vivir sin miedo, y así puede aprender que hay posibilidades de mejora y de estar bien. En los estudios que hay hoy día en marcha, se suelen administrar primero 125 mg, y a las 2 hs 62,5 más, justo la mitad de la dosis inicial, para hacer más gradual la vuelta a la realidad. A la persona se le suele poner un antifaz y música evocativa, para que tenga una experiencia interna durante el momento cumbre de la experiencia y luego al final de la sesión se inicia la terapia verbal, en la que la persona explica lo que ha experimentado y se le empieza a enseñar a que “ancle” la experiencia para que se vaya generalizando en su vida cotidiana. Normalmente se hacen entre 2 y 3 sesiones con MDMA y entre medias 3 y 5 de psicoterapia verbal sin fármaco en las que se trabaja para ir integrando la experiencia y terminando de revertir la condición “anormal” que supone el trastorno. Debido precisamente a estas propiedades de la MDMA para reducir el miedo, aumentar la autoestima e incrementar la confianza en los terapeutas y en uno mismo, es por lo que se considera a la MDMA un potencial fármaco excepcional como coadyuvante de los procesos terapéuticos, algo especialmente útil en el tratamiento del TEP donde, como ya se ha explicado, la tasa de abandonos es muy alta. La MDMA se considera pues una herramienta única para facilitar los procesos de reexperimentación en contextos terapéuticos sin que este se vea acompañado de la carga ansiogénica habitual.

A día de hoy existe un único estudio terminado y publicado en el que se ha probado la eficacia de la MDMA en el tratamiento del TEP crónico. El equipo del Dr. Michael Mithoefer, financiado por MAPS, publicó en 2010 los resultados de lo que fue el primer estudio finalizado. En este estudio, 20 pacientes con TEP crónico que habían fracasado en tratamientos psicológicos y farmacológicos previos, fueron asignados aleatoriamente a un tratamiento con MDMA (12 pacientes) o con placebo (8 pacientes). Todos los pacientes tuvieron 2 sesiones experimentales con fármaco (MDMA o placebo) acompañado de psicoterapia, cada una de 8 hs de duración, separadas por entre 3 y 5 semanas. Antes de la primera sesión experimental hubo dos sesiones previas de preparación y 4 sesiones de integración posteriores a cada sesión experimental. La duración de cada sesión de terapia verbal fue de 90 minutos. Un evaluador independiente ciego al tratamiento evaluaba con tests los resultados de las intervenciones. Los resultados fueron espectaculares: dos meses después de la segunda sesión experimental el grupo MDMA no cumplía criterios de TEP evaluados con una escala clásica diseñada para tal fin (CAPS, Escala para el Trastorno de Estrés Postraumático Administrada por el Clínico), encontrándose una reducción de los sínmtomas en más de un 30%. Resultados parecidos se encontraron en una escala que evalúa la respuesta psicológica al estrés (IES-R, Escala Revisada de Impacto del Estresor). Las reducciones en los síntomas fueron clínica y estadísticamente significativas. No hubo reacciones adversas serias ni evidencia de deterioro cognitivo en el grupo tratado con MDMA evaluados con instrumentos diseñados para tal fin. El grupo placebo, si bien redujo también sus puntuaciones, los resultados encontrados no fueron tan buenos. Se les dio la oportunidad de tomar MDMA en una segunda fase en forma de estudio “abierto” y alcanzaron resultados parecidos a los que había tenido previamente el grupo MDMA.

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Hay otros estudios en marcha hoy día en los que se sigue investigando en potencial terapéutico de la MDMA para el tratamiento del TEP[10], uno de ellos ya finalizado, realizado en Suiza, pero cuyos resultados no parece que hayan sido tan espectaculares como los encontrados en el estudio americano. Los resultados no están publicados aún, pero se han presentado en algún congreso sobre el tema[11]. El los próximos años veremos si la MDMA pasa la prueba de fuego del ensayo clínico y se muestra un tratamiento seguro y eficaz no solo para el tratamiento del TEP, sino como fármaco coadyuvante de la psicoterapia en otras condiciones psicológicas.

Feliz centenario, MDMA, ¡y que cumplas muchos más!


[1] http://www.erowid.org/library/books_online/shulgin_labbooks/

[2] http://www.maps.org/secretchief/sctoc.html

[3] http://www.psychedelic-library.org/rosenbaum.htm

[4] http://www.maps.org/w3pb/new/1986/1986_greer_628_1.pdf

[5] http://www.maps.org/w3pb/new/1998/1998_greer_223_1.pdf

[6] http://www.maps.org/w3pb/new/1985/1985_Greer_10113_1.pdf

[7] http://www.maps.org/news-letters/v05n3/05303psy.html

[8] http://www.maps.org/w3pb/new/2008/2008_Bouso_23071_1.pdf

[9] http://www.maps.org/w3pb/new/2009/2009_Johansen_23075_3.pdf

[10] Para saber más acerca de estos estudios ver: http://www.maps.org/research/mdma/

[11] http://www.youtube.com/watch?v=zmtWB7SreZM&feature=relmfu

 

Acerca del autor

Jose Carlos Bouso
José Carlos Bouso es psicólogo clínico y doctor en Farmacología. Es director científico de ICEERS, donde coordina estudios sobre los beneficios potenciales de las plantas psicoactivas, principalmente el cannabis, la ayahuasca y la ibogaína.