Ese lobo no viene… ¡viene otro!

La primera parte de este artículo, al que le dimos el título “Que viene el lobo”, estuvo dedicada a un somero repaso a algunos recientes pánicos mediático-morales con las drogas ocurridos en los últimos años. En éste vamos a abordar la cuestión de si estos pánicos se quedan en simplemente “un mal rato” o, por el contrario, producen consecuencias negativas.

por Claudio Vidal Giné y Núria Calzada Álvarez, Energy Control

La respuesta es clara: los pánicos mediático-morales acaban repercutiendo de manera negativa en las personas que usan drogas. La imagen distorsionada de ellas que se reproduce en ellos acaba produciendo, entre otras, dos importantes consecuencias: alimenta los procesos de estigmatización de las drogas y las personas que las usan y desinforman tanto a la opinión pública en general como a las potenciales y reales personas que las usan o usarán en algún momento.

La estigmatización de las drogas y las personas que las usan

En general, los pánicos mediático-morales tienen dos características principales: vienen y van, y son muy pocos los horrores predichos que se convierten en realidad (Akers, 1992). Sin embargo, aunque vengan y se vayan, acaban dejando una huella en la opinión pública y, finalmente, transforman y deforman la propia realidad. Esta transformación tiende a traer consecuencias negativas para las personas consumidoras de drogas y podría verse incluso como una forma de castigo por su “comportamiento desviado”.

Transforman la realidad porque, como vimos en el capítulo anterior, en ocasiones acaban produciendo cambios legislativos que llevan a más prohibiciones. Y, como ya sabemos, las prohibiciones en el ámbito de las drogas no suelen traer mucho de bueno. Un caso en el que queda esto patente es el de los pánicos mediático-morales relacionados con las nuevas drogas. Su prohibición lleva a más drogas, más potentes y a una mayor incertidumbre en cuanto a sus riesgos (Vidal y Calzada, 2015).

Pero, además, suponen un castigo que toma la forma de “estigma”. Es decir, se señala a las personas que usan drogas con una serie de atributos negativos tales como irresponsables, trastornadas mentales, de poco carácter y un largo etcétera. Y si no, ¿cómo es posible que alguien se tome una droga que vuelve caníbal a la gente? ¿Cómo puede ser que haya gente que se meta un tampón por sus partes íntimas para emborracharse? ¿Qué mecanismo mental tienen que tener instalado en su cerebro para echarse un chupito en el ojo porque así coloca más? Sin ninguna duda, no se puede estar muy bien de la cabeza. Esta imagen se convierte en un estereotipo y, finalmente, en actitudes de rechazo hacia las personas consumidoras.

Llegado este punto, alguien podría argumentar que los pánicos morales ejercen cierto “efecto preventivo” que podría contribuir a reducir el consumo de drogas. Es decir, las personas que aún no se han expuesto a ellas les cogerían miedo y los que actualmente las estuvieran tomando, dejarían de hacerlo. Sin embargo, esto no ocurre en la realidad. Es cierto que el miedo nos previene de hacer muchas cosas y que es un sentimiento que tiene su utilidad. Pero que sea así también depende de que el objeto de miedo sea real y posible. En el momento en el que la persona descubra que ese miedo no es tan fiero como lo pintaron y que puede manejar la posibilidad de que algo salgo mal, evidentemente dejará de creer en los motivos por los que tenía miedo. Y esto, cuando hablamos de drogas, no es preventivo en absoluto porque es fácil que la persona pase del miedo a la insolencia.

Pero es que, además, los pánicos mediático-morales se dirigen a unos colectivos más que a otros. Un caso muy reciente es el del chemsex. Y es que una reunión de hombres que tienen sexo con otros hombres, mientras toman drogas de todo tipo y de las maneras más extremas, tiene muchas posibilidades de acabar siendo abordado de manera sensacionalista y sancionadora.

Desinformación

Como no puede ser de otra manera, los pánicos mediático-morales están construidos sobre comportamientos extremos o sustancias “raras”. Si algo es frecuente, cotidiano, pierde atractivo como pánico. Por ello, se retratan formas extremas de consumo o sustancias cuyo uso es minoritario en el mejor de los casos. Además, se las suele “bautizar”: eyeballing, tampodka, droga caníbal, sales de baño, droga superman, marihuana sintética, etc. Dejando de lado la mayor o menor originalidad de los nombres, suelen ser tan poco acertados que merecen pocos comentarios.

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Aunque en ocasiones pueda existir cierto grado de amenaza asociado a las nuevas drogas (por ejemplo, con los cannabinoides sintéticos), las consecuencias negativas reales tienden a pasarse por alto o a enmascararse en las hipérboles empleadas por los medios con su tratamiento sensacionalista del fenómeno (Miller et al., 2014). Esto acaba haciendo que la adecuada información sobre los riesgos no se encuentre fácilmente disponible. Pensemos, por ejemplo, en el caso de la alfa-PVP (flakka) en 2015. Según los medios de comunicación, esta sustancia proporciona poderes sobrehumanos a quien la consume. Como muestra de ello, se difunden vídeos policiales o directamente sacados de YouTube en los que aparecen personas bajo sus efectos y comportándose de manera totalmente desquiciada. Ese tratamiento focalizado sólo en esos comportamientos olvida mencionar que se trata de una sustancia que necesita de un cuidado manejo de las dosis y que, en ocasiones, se vende como MDMA y se puede consumir involuntariamente. Información que, todo sea dicho, resultaría de mayor utilidad para evitar o reducir los problemas.

La desinformación supone un doble riesgo. Por un lado, porque, como hemos visto, se tiende a ocultar tanto las formas más moderadas y responsables de consumo como los riesgos reales, que no suelen ser fácilmente conocidos ambos por quienes deciden consumir. Porque, hay que reconocerlo, siempre habrá quien quiera consumir y, para ello, necesitará de unas guías claras para hacerlo con los menores riesgos posibles. Pero, por otro, la desinformación es un riesgo porque una vez que se tiene acceso a la información se descubre que el lobo no va a venir, que el engaño ha sido mayúsculo y que no merece la pena confiar en quienes han mentido. Algo totalmente inadmisible cuando hablamos de prevención y salud pública.

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Imitación de las conductas

Pero es que, además de desinformar, los pánicos mediáticos pueden generar que el comportamiento o asunto sobre el que pretenden alertar finalmente se conviertan en realidad. El ejemplo del estramonio en la rave de Getafe, expuesto en el capítulo anterior, es muestra de ello. Tal y como Energy Control avisó en su momento (Energy Control, 2011), “la aparición de una intoxicación en Badajoz días después de las dos muertes apunta hacia la delicada línea que existe, en materia de drogas, entre informar y ‘poner de moda’ una sustancia”.

Y esto es especialmente relevante porque, en general, los pánicos mediáticos están basados en hechos anecdóticos o minoritarios. John Stogner, de la Universidad de Carolina del Norte en Estados Unidos, ha tratado de desmantelar algunos de estos mitos con datos objetivos de prevalencia. En dos de sus estudios cuantificó la extensión de dos pánicos: los relacionados con las nuevas formas de beber alcohol (eyeballing, tampodka…) y el relacionado con el consumo de las llamadas “sales de baño” (catinonas sintéticas). Tras encuestas a más de 2.300 estudiantes universitarios encontró que el uso de alcohol por vías “no tradicionales” era extraordinariamente anecdótico: en 25 casos (1,1%) de los 2.349 encuestados. La mayoría lo había tomado por vía anal, tres casos por vía vaginal y sólo una persona dijo haberlo administrado por el ojo. En esa misma encuesta también se les preguntó por el consumo de la aclamada por los medios como “la nueva amenaza”: las sales de baño. Pues bien, la prevalencia de consumo fue la misma que en el caso anterior: sólo 25 personas de las más de 2.300 dijeron haber consumido “sales de baño” o MDPV (Stogner y Miller, 2013; Stogner, Eassey, Baldwin y Miller, 2014).

Por tanto, al amplificar conductas tan minoritarias, los pánicos mediático-morales contribuyen a “publicitar” dichas prácticas, despertando el interés y olvidando que siempre habrá quien se sienta llamado a probarlas.

Los medios de comunicación

Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad. Responsabilidad en el sentido de que contribuyen a producir estos procesos de estigmatización y desinformación, y responsabilidad en el sentido de que también les corresponde a ellos ser parte pivotal a la hora de revertirlos.

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Aunque es cierto que en nuestro país se ha hecho algún intento por implicar a los medios de comunicación, no parece que la cuestión vaya a avanzar por ahí como tampoco parece esperable que el tratamiento sensacionalista de las drogas y las personas que las usan vaya a desaparecer. Tras el boom mediático producido por una sustancia o comportamiento, las informaciones que lo contradicen no suelen ocupar el mismo espacio. Un ejemplo claro son los resultados de las autopsias que desmienten el consumo de una sustancia. Ya pasó con el caso del fallecimiento de los jóvenes británicos que supuso el inicio de la prohibición de la mefedrona, o el caso del atacante supuestamente caníbal de Miami. De ahí que la recomendación para los medios sea clara: esperar a disponer de resultados toxicológicos confirmatorios.

Es fácil reconocer que padres, abuelos o vecinos del quinto aceptan como cierta cualquier información sobre drogas que aparezca en los medios de comunicación, especialmente la televisión. Es normal, y más si esta se presenta en un informativo. Pero lo que llega a ser inadmisible es que profesionales del ámbito de la salud, de lo social y de otras disciplinas, sin espíritu crítico, también den por ciertas las informaciones que sobre drogas se dan a través de los medios de comunicación. Esto, a su vez, tiene implicaciones en la atención y el abordaje de personas que consumen drogas, tanto en atención primaria como en urgencias u otros dispositivos.

Conclusión

Los pánicos morales perjudican a todo el mundo. A consumidores de drogas, a políticos, a periodistas y, por supuesto, a los profesionales que trabajan en el ámbito de las drogas. Para terminar con esta serie de dos artículos dedicados a los pánicos mediático-morales, queremos exponer una frase que insistentemente difundimos desde Energy Control en las notas de prensa con objeto de desmentir dichos pánicos y que, por razones vamos a decir “desconocidas”, nunca acaban de aparecer en las noticias:

“Los profesionales de las drogas y de los medios de comunicación tenemos una responsabilidad común de informar sobre drogas de una manera ajustada a la realidad, lejos de simplificaciones, alarmismos y mensajes no contrastados. De lo contrario, corremos el riesgo de perder prestigio y credibilidad, sobre todo delante de los consumidores efectivos o potenciales”.

Referencias

Akers, R. L. (1992). Drugs, alcohol and society. Belmont, CA: Wadesworth.

Energy Control (2011). Estramonio . Disponible en http://goo.gl/iyWxSp.

Miller, B. L., Stogner, J. M., Agnich, L. E., Sanders, A., Bacot, J., & Felix, S. (2014). Marketing a panic: media coverage of novel psychoactive drugs (NPDs) and its relationship with legal changes. American journal of criminal justice, 39, 3, 1-19.

Stogner, J. M., & Miller, B. L. (2013). Investigating the ‘bath salt’panic: The rarity of synthetic cathinone use among students in the United States. Drug and alcohol review, 32(5), 545-549.

Stogner, J. M., Eassey, J. M., Baldwin, J. M., & Miller, B. L. (2014). Innovative alcohol use: Assessing the prevalence of alcohol without liquid and other non-oral routes of alcohol administration. Drug and Alcohol Dependence, 142, 74–78.

Vidal, C., y Calzada, N. (2015). Nuevas drogas: ¿jaque mate a las políticas prohibicionistas? Cannabis Magazine, 138, 120-125.

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.