Apreciado y generoso lector, el tema de las campañas electorales está estancado. Simplemente ya se agotó. En las semanas que faltan ya no veremos nada sorprendente ni espectacular. La contienda seguirá avanzando en el mismo tenor que usted ha visto. Ante esto, vamos a abordar un tema diferente y mucho más urgente

En este momento, el gran problema para la sociedad mexicana es –sin duda– la aguda descomposición en que ha experimentado el gobierno de Enrique Peña Nieto.

En los últimos meses, la violencia se ha desbordado como en los peores días de Felipe Calderón. Los puntos violentos como Tamaulipas y Veracruz permanecen como focos rojos parpadeantes, que se encienden en diferentes momentos y con distinta intensidad.

Pero la incapacidad del gobierno de Peña Nieto la representa Acapulco, hoy convertido en un narcoterritorio, una ciudad paradisiaca en poder del crimen organizado.

Después de la Ciudad de México, el puerto de Acapulco es el punto emblemático más reconocido a nivel mundial; es la perla que el país presumía al orbe entero. Sus playas serenas y apacibles; sus hoteles majestuosos; la costera Miguel Alemán, símbolo de una urbe turística a la par de las más cotizadas del planeta.

Hoy todo eso se acabó. Acapulco es la cruda representación de un estado inexistente, rebasado e incapaz. La ciudad está controlada completamente por la delincuencia organizada que impone su ley de plata o plomo a todas las instancias de seguridad pública; desde las fuerzas castrenses, hasta los patrulleros. Las cuotas que imponen van desde los antros, hasta las modestas loncherías de la zona tradicional del centro.

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Los taxistas están obligados a pagar y a informar cualquier movimiento de otros grupos criminales. Quien no cumpla, lo paga con su sangre. Y ahí están las masacres continuas, constantes de trabajadores del volante.

En el Senado de la República se discuten temas banales y frívolos como la legalización de la marihuana, cuando lo verdaderamente urgente y prioritario es desmantelar la estructura de la amapola y la goma de opio; este producto es el verdadero botín que se disputan las organizaciones criminales.

En el mercado negro, un kilogramo de marihuana tiene un valor de 25 dólares, equivalente a 450 pesos. En tanto que un kilo de goma de opio alcanza precios que van desde los 20 mil hasta los 30 mil dólares; por un solo kilo. Y el crimen organizado está moviendo decenas de toneladas cada año.

El negocio de la heroína es tan grande que la cocaína ha pasado a un tercer plano. Los cárteles que operan en “El Triángulo Dorado” están inundando con goma de opio los Estados Unidos. Ésta es la dimensión del enorme negocio de los cárteles guerrerenses.

Y frente a esto, los senadores y su inconmensurable banalidad están pugnando por legalizar la marihuana.

El día que los legisladores de la Cámara Alta expongan un punto de acuerdo para legalizar la amapola, ese día el Ejército y la Marina van a tener que custodiar y rodear todo el Senado; los representantes tendrán que viajar en camionetas con blindaje nivel VII, que soporten disparos de fusiles calibre .50.

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Ahí sí estarán tocando los sensibles intereses de la delincuencia organizada.

Pero mientras tanto, como sólo llevan en la agenda el tema de la marihuana, pues hasta se pasean en bicicleta alrededor de la cámara.

Hoy con total ligereza ponen sobre la mesa la legalización de la cannabis, cuando esa planta ya no representa nada para los grandes intereses del narco mexicano.

Lo verdaderamente importante y vital en este momento es subir a tribuna la legalización de la amapola; proteger a los miles de productores y los cientos de poblaciones que hoy son rehenes de esos cárteles.

Mientras eso no ocurra, el estado de Guerrero seguirá convertido en un infierno

Acerca del autor

Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.