por Fernando Caudevilla

En los últimos años se han producido importantes avances en el tratamiento de algunos tumores cerebrales. Algunas de estas novedades tienen relación directa con el cannabis y los cannabinoides. Dedicaremos la entrega de este mes a analizarlas.

Aunque los tumores en el cerebro son relativamente poco frecuentes, sus características hacen que sean muy complicados de tratar. Como sabemos, un tumor es un crecimiento descontrolado de células en el que se pierden los mecanismos normales de desarrollo y muerte de los tejidos. El cerebro está situado dentro del cráneo, que es un compartimento rígido, por lo que cualquier pequeño incremento de volumen produce compresión y daño en las estructuras cercanas y manifestaciones clínicas.

Por otra parte, el cerebro es una estructura extraordinariamente compleja y delicada, muy sensible a cualquier pequeño cambio por lo que tumores de muy pequeño tamaño pueden dar lugar a síntomas graves. Además, los tratamientos estándar del cáncer (cirugía, quimioterapia, radioterapia, etc.) destruyen células tumorales pero también pueden afectar a células sanas, lo que limita las posibilidades de tratamiento.

Existen varias decenas de tumores distintos que pueden afectar al cerebro. Algunos son de crecimiento lento y circunscritos, otros son muy agresivos. Cada uno de los distintos tejidos que componen la estructura cerebral es susceptible de sufrir una degeneración cancerosa y dar lugar a un tumor. Existen astrocitomas, oligodendrogliomas, meningiomas, etc. El cerebro es un órgano con mucha circulación sanguínea, y las metástasis de tumores procedentes de otras partes del cuerpo (melanomas, cáncer de pulmón o de mama) son también un problema frecuente. El diagnóstico también puede ser complicado, ya que algunos síntomas (dolor de cabeza, vómitos o trastornos en el comportamiento) son muy frecuentes y comunes con otras enfermedades. En otras ocasiones las manifestaciones son suficientemente llamativas (visión doble, hemiplejia, ceguera, etc.) como para proporcionar pistas que permitan un rápido diagnóstico.

En el caso de los tumores cerebrales es particularmente necesario desarrollar tratamientos que sean lo más específicos posibles. Por específico entendemos aquellas estrategias que destruyan las células cancerosas sin dañar a las sanas. La biología molecular del cáncer (el estudio de los distintos mecanismos por los que se producen, desarrollan y mueren las células cancerosas) ha experimentado un crecimiento exponencial a lo largo de las dos últimas décadas. Nuestro conocimiento de los mecanismos moleculares que subyacen detrás de la enfermedad es cada vez mayor, lo que permite desarrollar terapias cada vez más selectivas.

En este sentido hay dos conceptos muy importantes que debemos describir brevemente antes de continuar. El primero es el de apoptosis o muerte celular programada. Dentro de las células existen mecanismos genéticamente programados según los cuales, en determinadas condiciones, pueden morir de forma automática. Para entenderlo de forma sencilla podríamos compararlo con un suicidio celular: si una célula “descubre” que las cosas van mal (por ejemplo, que se está transformando en un tumor) es capaz de suicidarse de forma automática. El segundo concepto es el de angiogénesis tumoral: como cualquier otro tejido del organismo, el cáncer necesita de irrigación sanguínea para poder mantener sus funciones. Los tumores tienen sus propios mecanismos para generar la aparición y control de vasos sanguíneos que les permitan seguir alimentándose y creciendo a través de complejísimos procesos.

Estos dos mecanismos descritos (apoptosis y angiogénesis tumoral) están directamente relacionados con el crecimiento de los tumores y se consideran, en el momento actual, dianas del tratamiento del cáncer: favorecer la apoptosis de las células tumorales y reducir la angiogénesis son estrategias que permitirían elaborar tratamientos específicos contra el cáncer. Y la noticia sorprendente es que ambos procesos están relacionados directamente con los cannabinoides: el sistema cannabinoide endógeno, a través de los receptores CB2, es capaz de activar la apoptosis de células tumorales y modificar los mecanismos de angiogénesis tumoral. Tanto el THC como el CBD tienen la propiedad de activar estos mecanismos de forma selectiva. Es muy probable que otros cannabinoides presentes en la planta o cannabinoides sintéticos tengan propiedades similares y sean herramientas potenciales eficaces y específicas para el tratamiento de algunos tipos de tumores. En modelos animales los efectos antitumorales del THC y el CBD están rotundamente demostrados, y en algunos tipos de tumores cerebrales las respuestas son espectaculares.

Lamentablemente, los tumores humanos son mucho más complejos de tratar que los tumores en animales, aunque aún así existen experiencias positivas. Se han realizado cientos de experimentos con distintos tipos de tumores y el tumor con el que existe más experiencia en relación con el tratamiento con cannabinoides es un tumor cerebral llamado glioblastoma multiforme. Se trata de un tipo de cáncer cerebral raro (se estima que en Europa y en EE.UU. aparecen 2-3 casos nuevos por cada 100.000 habitantes y año) pero extremadamente agresivo, con un crecimiento muy rápido, muy resistente a los tratamientos y con una supervivencia media menor a un año después del diagnóstico.

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Los resultados positivos en animales y en cultivos celulares llevaron a realizar estudios en humanos. El Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, con el profesor Manuel Guzmán a la cabeza, son referentes mundiales en la investigación científica sobre esta materia. En el año 2006 se presentó el primer estudio mundial en humanos en el que se utilizó THC para el tratamiento de un cáncer, en este caso el glioblastoma multiforme. Se seleccionó a nueve pacientes con un glioblastoma recurrente (es decir, que ya habían sido tratados previamente con cirugía o radioterapia pero que habían vuelto a aparecer) y en los que existían evidencias de progresión de la enfermedad. Se eligió administrar THC directamente en el cráneo, mediante una intervención quirúrgica en la que se insertaba un catéter dentro del tumor y, en el otro extremo se colocaba un dispositivo que permitía administrar el cannabinoide de forma controlada. El objetivo principal del estudio era evaluar si se trataba de un método eficaz y seguro de administración, así como observar la evolución de los pacientes y la medición de ciertos parámetros.

Los pacientes sobrevivieron una media de 24 semanas (en un intervalo entre 15 y 33 semanas). En todos ellos se observó una mejoría rápida y disminución del tumor a las pocas semanas de la administración, aunque en todos los casos el tumor terminó con la vida de los pacientes. Este tipo de estudio no permite valorar la eficacia real del THC, porque para ello habría que haberlo comparado con pacientes de características similares a los que se hubiera administrado placebo en lugar de THC. Pero sí proporciona pistas sobre que el tratamiento es seguro (apenas se registraron complicaciones o efectos adversos) y que, probablemente, tenga algún efecto beneficioso sobre el tumor.

La siguiente vía de investigación (nuevamente dirigida por el Departamento de Bioquímica de la Universidad Complutense de Madrid) es utilizar los cannabinoides en conjunción con otros tratamientos que hayan demostrado eficacia para el glioblastoma multiforme. El fármaco más empleado en el tratamiento de esta enfermedad es un antineoplásico llamado temozolamida, que es una de las pocas opciones terapéuticas disponibles. Y ya existen estudios que demuestran que, al menos en líneas celulares, el uso conjunto de temozolamida y THC o THC + CBD tiene efectos mucho mejores que el uso de cualquier componente por separado.

El último paso sería conocer la efectividad real de los cannabinoides en condiciones reales. Y esto es precisamente lo que el laboratorio GW Pharmaceuticals, que comercializa el spray de cannabinoides para administración sublingual, ha comenzado a hacer desde el pasado mes de noviembre. El laboratorio financia un estudio en el que se pretende medir la eficacia de este medicamento en un grupo de 20 pacientes con glioblastoma multiforme recurrente a los que se administrará el tratamiento estándar para la enfermedad (temozolamida) además del spray. En una primera fase se administrará este tratamiento a todos los pacientes para medir su seguridad y tolerabilidad y después se controlará con placebos para poder medir su eficacia real. El objetivo primario del estudio es evaluar si es posible conseguir una supervivencia de 6 meses sin progresión del tumor. Puede parecer poco, pero teniendo en cuenta la agresividad de este tipo de tumores y su rápida evolución conseguir ese objetivo ya sería un gran avance.

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Y el estado del asunto es este. Existen ya estudios en marcha y en pocos meses se conocerán los resultados. Cada vez son más los datos que indican que los cannabinoides pueden tener utilidad en el tratamiento de enfermedades tumorales que tienen muy difícil tratamiento y es probable que en pocos años su uso pueda generalizarse, al menos en pacientes seleccionados. La información objetiva es la que se ha ofrecido en este artículo aunque, como suele suceder con el cannabis terapéutico, los posicionamientos morales e ideológicos suponen interferencias importantes. Me refiero a los detractores del cannabis, los que han decidido a priori que el cannabis es una droga maléfica sin ninguna utilidad terapéutica y que, a pesar de las evidencias científicas incontrastables cada vez más numerosas entorpecen o dificultan la investigación con cannabinoides. Las trabas burocráticas y la propaganda anticannábica son una lacra denunciable.

Pero lo mismo se puede decir de ciertos sectores procannábicos que muestran un entusiasmo desmedido hacia propiedades no demostradas. Atendiendo a la información que ofrecen determinadas webs, documentales y páginas de redes sociales, el cannabis sería la panacea para el cáncer (y todas las demás enfermedades que han azotado a la humanidad desde el principio de los tiempos) y existiría una conspiración médico-político-legal-farmacéutica destinada a ocultar este fantástico descubrimiento. Se dice que las investigaciones sobre el cáncer y el cannabis están censuradas cuando los artículos científicos al respecto están en acceso libre a través de Internet. Es fácil encontrar en la red casos de personas que supuestamente se han curado del cáncer de forma completa después de abandonar el tratamiento convencional (que es sólo veneno) y haber empezado a utilizar cannabis. Estas páginas son promocionadas y difundidas por partidarios del cannabis de forma irresponsable. Nunca se encuentran en estos casos datos que permitan verificar la supuesta curación (el nombre del Hospital, del equipo médico que lo ha seguido) y en la inmensa mayoría de los casos los datos son incompletos, incongruentes o directamente falsos. Hay casos en los que presentan imágenes de TACs o resonancias magnéticas que corresponden al tumor original y a la supuesta curación: en algunos de los más populares las imágenes ni siquiera pertenecen al mismo paciente, lo que resulta evidente para cualquiera con unos conocimientos mínimos de radiología.

En definitiva, tan condenable es la negación de las propiedades terapéuticas del cannabis y los cannabinoides como la difusión de historias que no están demostradas desde un punto de vista científico. Las personas que padecen enfermedades graves e incurables en el momento actual merecen que se pongan a su disposición todos los recursos disponibles, pero con las garantías y el rigor necesarios.

Acerca del autor

Fernando Caudevilla (DoctorX)
Médico de Familia y experto universitario en drogodependencias. Compagina su actividad asistencial como Médico de Familia en el Servicio Público de Salud con distintas actividades de investigación, divulgación, formación y atención directa a pacientes en campos como el chemsex, nuevas drogas, criptomercados y cannabis terapéutico, entre otros.