Las mujeres toman tranquilizantes el doble que los hombres. Medio millón son adictas. Los médicos admiten que recetan demasiado y no controlan su uso.

Quien la ha pasado, lo sabe. El estómago se sube a la boca. La boca se seca. Las axilas se inundan. La espalda se tensa como si la médula fuera uno de esos cables que mantienen los puentes en vilo sobre el abismo, solo que el puente es el propio cuerpo, y el abismo, el peligro real o imaginario —pero igual de intimidante— que acecha ahí fuera. Con el tiempo, se aprende que no es mal de morirse, pero que es mortal vivir con ella. La ansiedad es, con la depresión, el trastorno de salud mental más común. Aún más en las mujeres. El doble, según la Organización Mundial de la Salud. Los hipnosedantes —tranquilizantes y somníferos— son los únicos psicoactivos más consumidas por mujeres que por hombres. Más del doble, según el Plan Nacional de Drogas. Parece lógico. No es tan simple.

“No te crees que eres adicta
a algo que te ha recetado un
médico”, dice una paciente

Hay ancianas que llevan lustros sin poder dormir sin ellas. Ejecutivas que las acarrean en el bolso junto al último grito de tableta y el más glamuroso rojo de labios. Amas de casa que las toman cada noche para poder pegar ojo, y/o por el día para poder tenerlos abiertos. Son las pastillas, así, en genérico, como se las conoce popularmente; el Amiplim —A mí, plim—que se toman muchas para poder con la vida, según un chiste que banaliza un sufrimiento con muy poca gracia. Los hipnosedantes, o benzodiacepinas, son las drogas más consumidas en España después del alcohol y el tabaco. El 12% de la población los usa, el doble que en 2005. El porcentaje sube al 16% en las mujeres, entre las que se estima que hay más de medio millón de adictas a la única droga legal que precisa receta médica.

Son esos pequeños discos blancos llamados Orfidal, Tranxilium, Lorazepam, Lexatin, Valium o Trankimazin. Un fármaco barato (un par de euros la caja de 50 con receta pública), eficaz a corto plazo y sin grandes efectos secundarios. Ayudan a dormir. A domar la fiera que te devora por dentro. A poner al mal tiempo buena cara. A poder con la vida, sí. Un chollo, en teoría. Un caramelo. Por eso están entre los fármacos más recetados en España, el país de Europa donde más ha crecido su consumo por, pero no solo, la crisis económica. Sin embargo, a cambio de su eficacia, las pastillas tienen una gran capacidad de generar dependencia. Ciertas pacientes necesitan cada vez más dosis. Y muchas veces, médico y paciente saben cuándo inician un tratamiento pero no cuándo acaban.

 

Química laboral. El 7% de los trabajadores españoles consumen hipnosedantes. Ellas, el doble que ellos. El perfil es el de una mujer de 45 años, separada y sin estudios universitarios. Los sectores más afectados son las actividades domésticas y los servicios personales, el comercio, la sanidad y la educación, según la Encuesta de Alcohol y Drogas en el Ámbito Laboral del Plan Nacional.
En casa de la herrera. Las médicas consumen más hipnosedantes que sus colegas varones, en una proporción de dos a uno. Sobre todo las de familia y las de urgencias, según un estudio del colectivo Mujer, Salud y Calidad de Vida del Centro de Análisis y Programas Sanitarios (caps.cat). 
Viejo problema. La mayor parte de las consumidoras crónicas son ancianas adscritas a centros de salud urbanos, según un estudio en Tarragona.

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Alexia, una chica rubia y guapa que no aparenta sus 36 años, se estira las mangas para calentarse las manos. Está helada, aunque la habitación está caldeada, y le tiembla la voz cuando habla. Los problemas familiares y su carácter introvertido la llevaron al médico de adolescente y, desde los 19 años usa benzodiacepinas. Cuando intentaba dejarlas, empeoraba. Ha ido, dice, a 16 o 17 psicólogos. Ninguno pudo desengancharla. “Me cambiaban de fármaco, de dosis, pero no mejoraba. Cada vez necesitaba más, y he llegado a tomar seis pastillas diarias. Me pasaba el día amodorrada, viviendo en una cárcel dentro de mi casa y mi cuerpo. Cuando estás así, no escuchas a nadie. Y tampoco crees que eres una adicta cuando estás tomando algo que te ha recetado el médico”, relata. Juan, su marido, un hombretón que se la come con los ojos, está acostumbrado a la incomprensión ajena. “Tú vives con ella y sabes cómo sufre, pero la gente no se cree que alguien que lo tiene todo esté así. Y tú tampoco te explicas el círculo vicioso en el que está metida sin dejar de haber ido al médico”, confiesa.

Alexia y Juan han acudido a terapia en TAVAD —Tratamientos Avanzados de la Adicción—, un centro privado donde Juan José Legarda, psicólogo, deshabitúa a adictos de todo tipo. Alexia estuvo cinco días hospitalizada para superar un síndrome de abstinencia que es, según Legarda, “peor que el de la heroína”. Le espera un año de tratamiento en el que aprenderá a autocuidarse y usar su potencial para superar su ansiedad. “Estoy más consciente de mí misma, más ilusionada”, dice con un hilo de voz que denota que aún le queda camino por delante.

Enric Aragonés, coordinador de salud mental en la la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria hace autocrítica. “Recetamos muchas benzodiacepinas y no siempre controlamos su uso”, admite. “Es es un recurso fácil para médico y paciente. Las guías aconsejan no prolongar el tratamiento más de cuatro o seis semanas. Pero no es tan sencillo. Los procesos de ansiedad y depresión son largos, el tiempo de consulta, corto, y el gran poder de habituación de estos fármacos hacen muy difícil retirarlos. Debería haber más conciencia entre los profesionales y un sistema de alertas que nos avisarn del riesgo”.

La endocrinóloga Carme Valls, directora del taller Mujer, Salud y Calidad de Vida del Centro de Análisis y Programas Sanitarios de Cataluña, sostiene que la doble prevalencia de la ansiedad en las mujeres no es casual. “Las hormonas nos condicionan, pero no nos determinan”, afirma. “Tenemos una morbilidad diferenciada que nos predispone, como la falta de hierro asociada a la menstruación, la tiroiditis o las enfermedades autoinmunes. Pero luego están las causas sociales: la doble jornada, el nido vacío, la soledad, la pobreza.No soy fundamentalista, receto ansiolíticos, pero si afináramos el diagnóstico no se prescribirían ni la tercera parte. La mayoría de las ansiedades se aliviarían sin ellas”.

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“Deberíamos estar más alerta. El ansiolítico es un recurso fácil para médico y paciente”, opina un facultativo

Los médicos citan el deterioro de la memoria como uno de los posibles efectos del uso prolongado de ansiolíticos. Pero, a veces, es más urgente destensar el cable. Por eso, esta noche, más de una, mareada de dar vueltas en la cama, se pondrá una pastilla bajo la lengua y mañana será otro día.

Ellos beben, ellas se medican

Las mujeres se consuelan de sus penas y sus nervios con pastillas, y los hombres con alcohol. En los países desarrollados, 1 de cada 5 hombres adquiere dependencia vitalicia del alcohol, por 1 de cada 12 mujeres, según la OMS. Por cada trabajadora que bebe a diario, hay cuatro varones, según la Encuesta de Alcohol y Drogas en el Ámbito Laboral. Médicos y psicólogos certifican que ellos son más propensos a las adicciones y menos proclives a acudir al galeno, y las pastillas necesitan receta. Ellas expresan su sufrimiento, piden ayuda y acatan la prescripción facultativa. Las benzodiacepinas alivian su malestar y no llevan asociada tanta connotación de placer, o de vicio, como el alcohol, mal visto por muchos, incluso por ellas. La ansiedad femenina, y su trato con fármacos, forma parte del imaginario contemporáneo. Recuérdese la escena en que Carmen Maura droga a Antonio Banderas con un gazpacho atiborrado con las pastillas con las que ella se había intentado suicidar en ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’. O ‘Mujeres desesperadas’, donde amas de casa pijas se desquitan del sinvivir de hijos, maridos o la ausencia de ellos con química. La realidad tiene menos gracia. La vida puede ser muy cuesta arriba.

 

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.