Los médicos admiten los beneficios que pueden llegar a tener derivados de la droga ilegal más consumida, pero alertan también de los riesgos de un uso no controlado

“Claro que tengo pacientes que me reconocen en consulta que consumen cannabis porque les ayuda a sobrellevar el proceso de la quimioterapia, no hay estigma sobre este asunto, y puesto que no interfiere con el tratamiento ni vemos que tenga un efecto negativo, no contraindicamos”, admite el oncólogo José Manuel López Vega. La decisión es personal. La ley no prohíbe consumir marihuana o cultivarla si es para uso privado, aunque a nadie se le escapa que la gran mayoría de los que acceden a la droga ilegal más consumida no tiene una planta en casa. El uso terapéutico del cannabis no está permitido en España, salvo para casos muy concretos en los que su indicación cuenta con base científica. El debate se ha reabierto recientemente a raíz de la carta del diputado popular Eduardo Van den Eynde, que afronta una recaída del cáncer de pulmón. En ella, demandaba extender su uso medicinal como paliativo para los efectos secundarios de la quimioterapia.

 

Está tan «convencido» de que se podría extender el uso medicamentoso del cannabis que no duda en ‘pelearlo’ si con ello se beneficia el paciente: «En esos casos existe rigor científico, se trata de fármacos aprobados por las agencias reguladoras del medicamento y productos sanitarios», subraya Oterino. Como detalla José Carceller, jefe de servicio de Anestesiología y Unidad del Dolor, «también se recurre al uso terapéutico de la marihuana para pacientes de dolor neuropático de difícil control (aquel incapacitante e inexplicable que se mantiene incluso cuando ha desaparecido la causa), aunque en estos casos es a través de la fórmula de uso compasivo: se consulta al comité de expertos de farmacia del hospital, que es quien debe dar luz verde al tratamiento». En los dos últimos años, se han aprobado cinco solicitudes de dicho fármaco fuera de las aprobadas en la ficha técnica. «La ventaja de una administración controlada es que se puede saber lo que se toma y hasta donde se llega», destaca Carceller.

Más allá de la limitada prescripción médica, el anestesista opina que «su consumo de forma esporádica no tiene peligro si la persona es consciente de lo que hace –le puede servir para relajarse– y sabe controlarlo», pero recuerda que el problema del cannabis es que «si se hace un uso abusivo tiene toxicidad para el paciente y genera dependencia, como el alcohol o el tabaco. Está claro que toda sustancia adictiva o que puede ser perjudicial para la salud es peligrosa si no se mide», añade. Recuerda que, pese a «la estigmatización de los opiáceos, está demostrado que actúan como analgésico para mitigar el dolor crónico en un momento determinado». No obstante, insiste en que «la sociedad debe ser consciente también de los efectos negativos de un mal uso».

 

 

Una idea en la que incide también el presidente del Colegio de Médicos de Cantabria, Tomás Cobo. Como anestesista y especialista en el tratamiento del dolor, defiende los usos del cannabis en la medicina paliativa que se utilizan en países de Europa de forma regulada, «como ansiolítico, como analgésico y como antiemético (prevenir vómitos). Su finalidad terapéutica está demostrada». No obstante, remarca los inconvenientes de usar las drogas de manera tóxica.

«Más mito que realidad»

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En cambio, el oncólogo José Manuel López Vega opina que en torno al cannabis «hay más mito que realidad». «Es una sustancia a la que se buscan muchos posibles efectos y no todos son igualmente eficaces. En realidad, se habla mucho, pero demostración fidedigna de su potencial tiene poca». A su juicio, existe un «excesivo optimismo» sobre los beneficios médicos de la marihuana. «En Oncología se ha utilizado fundamentalmente como controlador de los vómitos provocados por la quimioterapia (antiemético), pero lo cierto es que tenemos medicamentos más potentes que el cannabis.

 

 

En cuanto a su poder analgésico, no está muy acreditado, se considera que tiene un valor pobre, aunque puede ser potenciador de otros analgésicos más potentes, como la morfina y sus derivados; y se le presupone a esta sustancia de origen vegetal un efecto antitumoral que nadie ha demostrado aún», destaca López Vega. En definitiva, «en el supuesto de que algún día llegara a aprobarse su comercialización, iba a repercutir muy poco en nuestra práctica clínica. Casi nos quedaríamos como estamos».

 

 

Sin embargo, eso no quita para que se muestre «absolutamente a favor de la liberalización del uso de cannabis tanto en el ámbito médico como fuera de él», porque considera que «se trata de un producto perseguido en exceso». De hecho, «muchos enfermos recurren al cannabis, fumado o en pastillas, para sentirse mejor, más reconfortados o más animosos durante el proceso de quimioterapia, pero como cualquier sustancia condicionante del ánimo (antidepresivo)». El oncólogo indica que si no hubiera una prohibición legal, «la gente dejaría de consumirlo de forma artesanal, y se administrarían las dosis estipuladas».

Daños cerebrales

El mensaje desde el ámbito de Salud Mental es más «preocupante»: «Mucha precaución con lo que se plantea, porque desde el punto de vista médico falta rigurosidad, hay más debate social (lo consume tanta gente que la sociedad es muy favorable al cannabis) que científico», destaca Crespo Facorro. A su modo de ver, «la sociedad fluye hacia la permisividad cuando se habla de la posibilidad de legalizar la marihuana, pero ¡ojo!, no hay evidencia científica, y esto no es un tema banal».

 

Por ello, el psiquiatra demanda «un debate real, de fondo», porque «más allá de las indicaciones como analgésico, para tratar problemas espásticos (caso de la esclerosis múltiple) o efectos secundarios de la quimioterapia, para el resto de cosas no hay un planteamiento serio al respecto, ni ensayos clínicos ni rigurosidad científica. Para aprobar cualquier medicamento para uso humano necesita un protocolo muy exigente, como el de cualquier otra molécula, y esto ni se ha planteado». Recuerda que «estamos ante la droga ilegal más consumida en nuestra sociedad, y en la que cada vez se inician los jóvenes a edades más tempranas», por eso apunta que «la presión social que hay en torno al cannabis está distorsionando la reflexión profunda de si debe ser un medicamento o no. Queda bien hablar de uso terapéutico, pero parece que se está utilizando como paso encubierto de cara al uso recreacional».

Por eso advierte de los riesgos que hay que tener en cuenta como premisa número uno, puesto que el cannabis tiene más de 400 compuestos de diferentes tipos, cuya concentración puede variar dependiendo de la procedencia. «Los efectos que puede tener esta droga a corto plazo están controlados (euforia, risa fácil, relajación…), pero están mal identificados a largo plazo. Está demostrado que en fumadores persistentes desde la adolescencia, el cannabis produce alteraciones en el cerebro que multiplican por seis el riesgo de padecer un trastorno psicótico de adulto, al tiempo que abre la puerta a otras adicciones y aumenta las probabilidades de sufrir trastorno de ansiedad y depresión. Esto no puede pasar desapercibido en este debate, hay que manejarlo. Y no solo eso, sino que ese deterioro también repercute en el coeficiente intelectual (seis puntos menos para los fumadores persistentes desde la adolescencia)».

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Una advertencia en la que incide también el neurólogo Agustín Oterino, que matiza que «en la actualidad, los efectos beneficiosos los estamos viendo porque utilizamos productos purificados en dosis concretas, nada que ver con el uso lúdico, que conlleva riesgos psicóticos, porque la gente ni siquiera sabe lo que fuma». «Esto no es ninguna broma», subraya cuando se le plantea una hipotética liberalización de la marihuana. «Es irracional, hay que ser muy cautos cuando se habla de estas cosas y no olvidarse de los riesgos reales que entraña:las drogas psicotropas inhiben, despersonalizan al individuo».

 

 

Entre los médicos consultados por este periódico, los hay partidarios de extender el espectro de patologías susceptibles de ser tratadas con derivados farmacológicos del cannabis, quien no pone impedimentos incluso a su liberalización, pese a que duda de su potencial como armamento terapéutico, y a quienes les preocupa sobre todo que este debate social recurrente –«superficial»– impida profundizar en la reflexión científica. «Y lo que es más importante –apunta el psiquiatra Benedicto Crespo Facorro–, en los riesgos que puede llegar a provocar el consumo continuado del cannabis, que no puede pasar desapercibido en ningún caso».

En la actualidad, el único medicamento de estracto de cannabis autorizado desde 2010, y que se dispensa en el Hospital Valdecilla, se llama Sativex –se pulveriza en la boca–. Su indicación está aprobada para pacientes con esclerosis múltiple que sufren espasticidad con dolor (trastorno del sistema nervioso que provoca rigidez de músculos). Como experto en el manejo de estos pacientes, el neurólogo Agustín Oterino subraya «la mejoría que experimentan estos enfermos en la rigidez de las piernas, les alivia mucho el dolor –los calambres–, y les ayuda a controlar los esfínteres, que es muy importante». Defiende que «si utilizamos dosis conocidas con ensayos clínicos, el cannabis tiene un potencial tremendo». Concretamente, cree que podría ser eficaz «en pacientes con migrañas y en casos de espasticidad como consecuencia de un ictus, pero la ley no lo permite». No obstante, a veces se deniega extender el uso de estos compuestos por los riesgos que se corre de adicción, aunque «por la experiencia que tenemos con Sativex, no existe, los pacientes no están enganchados».

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Muchos años luchando en la sombra para que el cannabis florezca al sol.